El Sueño de Machu Picchu [Machu Picchu - Perú]
- misdiariosdeviaje
- 21 ago 2018
- 3 Min. de lectura
En un abrir y cerrar de ojos me desperté para empezar la caminata al parque arqueológico de Machu Picchu. A las 4 AM ya estaba en la puerta del restaurante en donde nos servirían el desayuno. Tomé rápidamente un café con un pan con mermelada junto a los Ferreyra que habían sido alojados en otro hostel. Ellos tenían alquilada la camioneta para subir a la montaña (U$D 30) mientras que yo subiría caminando por la famosa escalera. Nos separamos y comencé mi caminata en la oscuridad.

Bajé por los escalones del pueblo y doble justo antes de la estación de tren. Un sendero me llevaba en la oscuridad con el rumor del Urubamba de costado. Encendí mi linterna y avancé. Algunos otros se sumaban a mi caminata. El camino seguía plano hasta que me choqué con una fila de viajeros que esperaban la apertura de un puente que cruzaba el rio.
A las 5 AM abrieron las puertas del puente. Un guardia en la puerta revisaba que todos los que pasaran tuvieran su entrada al parque y su DNI por seguridad. El cielo se empezaba a aclarar y pude empezar a ver el contorno de una gran montaña frente a mí. La nubosidad era intensa pero le daba un marco misterioso al paisaje de selva.
Sentí una energía especial a penas puse un pie en el primer escalón de esa escalera al cielo. Tenía que llegar a las 6 AM a la puerta de entrada del parque para encontrarme con mi guía. El clima de esa escalera era increíble, los viajeros nos dábamos ánimo, compartíamos botellas de agua y hasta se llegó a cantar alguna canción con gente desconocida. El calor de enero se combinaba con una intensa humedad. No era difícil transpirar. La dificultad puede ser extrema si no se está en un estado físico medio pero la subida es una experiencia personal. Un desafío. Incluso se puede tomar el camino de los autos que va atravesando la escalera en algunos tramos y ayuda a descansar las piernas. No importa el tiempo que se tome uno en llegar, es parte necesaria para disfrutar de los tesoros que se esconden en la cima. Cada descanso de la escalera ofrecía una vista increíble de lo que se empezaba a dibujar como un mar de nubes que eran atravesadas por los picos de las montañas.

Los últimos metros de la escalera fueron de euforia total entre desconocidos. Un aplauso bajaba de la montaña para los que recién iban llegando. Con gran emoción pisé el último escalón a las 6:15 AM. Me encontré con los Ferreyra y el guía en la entrada al parque. La fila de gente era enorme, pero nada importa cuando estas a las puertas de Machu Picchu.

Empezamos a recorrer el parque arqueológico recién a las 6:50 AM en el grupo Juan Carlos (banderola roja y blanca). Caminamos los primeros pasos en un angosto camino. La cantidad de gente no permitía ver del otro lado de una curva. La ansiedad, cámaras de fotos, gritos, llantos me hacia intuir que algo pasaba allí detrás. Cuando llegó mi turno, lo vi: el ¡MACHU PICCHU! Estaba allí, con el sol pegándole de frente sacando a relucir todo su esplendor. Esa mezcla de verde y piedra, las formas de las casas, los picos de selva, las nubes misteriosas. Todas imágenes que no se borran de la mente.

La visita guiada fue un mero complemento de todo lo que estaba viendo. Caminar por las callecitas de piedra inca me resultaba increíble. Me sentía dentro de una de esas enciclopedias que devoraba de chico. Me iba dejando encantar por aquella mágica ciudad.

La visita guiada terminó. Salimos y volvimos a entrar para sacarnos la foto típica de todo viajero en Machu Picchu. La inmensidad hacia valorar aun más la obra maestra de esos ingenieros.

Cargado de energía y emoción comencé el descenso cerca de las 11 de la mañana. Todo lo hermoso que vi me lo guardo para mí porque no sabría explicarlo con palabras. Bajé al trote por la escalera zigzagueante. Recorrí el camino a la inversa hacia hidroeléctrica. Llegué a las 13 y esperé mi traffic. Los Ferreyra aparecieron bajando de un vagón del Perú Rail a la misma hora.

Llegué a las 22 a Cusco y todo el cansancio llegó de golpe. Me despedí de aquella familia de santafecinos que me habían adoptado como a un hijo. Les deseé las mejores rutas que pudieran tener. Volví arrastrando los pies por las calles. Compré un paquete de papas fritas como cena y me fui a dormir al hostel. Una vez relajado el cuerpo soñé. Me vi parado sobre el abismo de Machu Picchu con el mundo entero bajo a mis pies.
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