Que nos vamos a Montañita [Montañita-Ecuador]
- misdiariosdeviaje
- 10 mar 2019
- 2 Min. de lectura
Sábado 29 de Diciembre, 2018
(Guayaquil, Ecuador)
Sueño profundo a pesar de estar en la zona más ruidosa en la que haya dormido jamás. Nos levantamos a las 7 AM con el reloj biológico todavía puesto en las 9 AM de Buenos Aires. El plan del día era huir a Montañita en el primer bus que encontráramos. La primera experiencia de Guayaquil no fue buena.
Salí a la calle y Azul me espero en la escalera del Hostal Berlín hasta que logré conseguir un taxi. No tarde mucho. Un simpático costeño nos llevo a la terminal terrestre y Guayaquil empezó a hacerse más amigable a mi mirada. La mayoría de la gente de tez morena, rasgos originarios de América, vestían ropas holgadas o deportivas (camisetas de fútbol o de básquet), debajo el pantalón corto. El calor era siempre fuerte en esa parte del Ecuador. Manejan con la bocina siempre bajo la mano y realizan maniobras arriesgadas. Como peatones no van muy apurados como en Perú o Bolivia, más bien lento y con los brazos caídos. Les cuesta mucho esquivar a la gente.

Llegamos a la terminal y sacamos los boletos (6 USD) a Montañita en la oficina 220 (último piso). Conseguimos para las 11 AM por lo que esperamos en unos cómodos asientos.
Salimos en un cómodo bus desde el andén 76. Salimos de Guayaquil como por arriba. Veíamos toda la ciudad a nuestros pies. En la tele del bus sonaba una película sobre un indio musulmán en Estado Unidos. Viajamos entre montañas, sierras y ríos hasta toparnos con el océano Pacifico.
Nos subimos a la ruya de los Spondylus y fuimos bordeando los pueblos costeños. Las casas con techos de paja y bambú son lo típico. Aunque estén rodeadas de un entorno de pobreza, conservaban la belleza de lo humilde y autóctono. Nos sorprendió ver retenes irregulares de niños en medio de la ruta con una soga pidiendo algo para subsistir. En las puertas de las casas, al igual que por todos lados, unas figuras infantiles de dibujos animados están listas para ser quemadas a fin de año.

Llegamos y caminamos por la calle el Tigrillo hasta el hostal Tierra y Mar donde Eduardo y Rosa nos recibieron de manera impecable. Pudimos gozar un poco de intimidad y nos fuimos a almorzar. Encontramos un camping que serbia comidas y nos pedimos unos patacones de carne (yo) y de pollo (Azul). Volvimos a dormir un poco con la panza llena y el corazón contento.

Nos decidimos finalmente a bajar a las 6 PM. El atardecer detrás del Pacifico fue mágico. Sacamos todas las fotos posibles y caminamos lo más lejos de las bases con música a todo volumen que sonaban en el centro del pueblo. Nos sentamos a comer un mango disfrutando de la caída del Sol detrás del mar.

Volvimos al hostel a cenar unos fideos pre-listos que eran realmente feos. Intentaremos dormir mas tarde para acostumbrarnos al horario local aunque Azu ya duerme en la hamaca de al lado.
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