EPÍLOGO: Chile - Perú (2018)

Los viajes se hacen de experiencias. Fui entendiendo eso a medida que fui sumando kilómetros en mi cuerpo. Mucho de lo vivido esta vez había sido diferente a mi experiencia en Bolivia. Como si fuera un espejo, fui siempre comparando cosas grandes y pequeñas con aquella travesía por el país andino.

Chile y Perú son muy diferentes entre sí y también muy distintos de Argentina y Bolivia. Mas allá de las similitudes culturales que puede haber entre el país incaico y la patria plurinacional, el contraste es inevitable de notar. Nunca me sentí realmente conectado con la gente. Sentía que hablábamos idiomas diferentes a pesar de usar el mismo diccionario. Admito que durante mis primeros días eso me pesó pero luego fui encontrando la forma inconsciente de disfrutar desde otro lado.

Todo el tiempo me sentí turista. Nunca fui un viajero, un visitante o, mucho menos, hermano latinoamericano como si lo fui en Bolivia. Quizás el impacto con el país de mi primer viaje largo fue demasiado grande como para volver a sentir lo mismo en otro lugar.

Resumir un país siempre es complicado. Chile me pareció una copia de Argentina. Una gran metrópoli con sus regiones un poco más atrasadas. Una ciudad balnearia como Viña del Mar tenía su espejo en Mar del Plata. Las calles de Valparaíso eran similares a las de La Boca o San Telmo en Buenos Aires. Los barrios marginales, villas y callampas se reproducían en ambos lados de la Cordillera.

Los chilenos en general me resultaron silenciosos, tristes, melancólicos o de pocas palabras. Sin embargo, su juventud logra poco a poco revitalizar un país que ha quedado gris y estructurado después de tantos años de Pinochet. Entrenados en cortesía y ceremonias militares, nacidos para obedecer parecían estar queriendo gritar algo pero siempre con un miedo silencioso que lo atragantaba todo.

Las risas y sonrisas llegan después de desestructuturar un poco las etiquetas. Su conservadurismo no los deja crecer del todo. Siempre dispuestos a ayudar sin “peros”, condenados a lo sencillo. Quizás por todo eso contenido es que las expresiones del arte son explosiones atómicas a las estructuras. Santiago y Valparaíso son muestras claras de eso. Sin embargo, la música y los poetas no se quedan atrás.

Las cosas cambian al cruzar la frontera con Perú. Allí el paisaje se llena cholos y cholas pero sin sus trajes tradicionales. El sur serrano me pareció muy particular. Arequipa era como Bolivia pero con su población infectada con el virus del consumismo. En las calles se veía a aquellos mismos de Sucre pero vestidos a la occidental con jeans de colores o remeras en inglés. Cusco ya era más parecido al costado quichua de La Paz, mientras que en la costa parecía uno encontrar un país completamente diferente. Ica, Paracas y Lima mantienen su vínculo con la inmigración mucho mas aceitado. Más parecidas a la Buenos Aires de Argentina o a Chile. Aquí la relación con el “otro” es más fluida y menos prejuiciosa.

Perú me pareció un país muy grande y multicultural como para entenderlo de una sola vez. El contacto con su gente fue más cercano y menos conflictivo. A pesar de su obsesión con acosar a los turistas y verlos como “un dólar caminando”, resultaron más amables y comprensivos que en otros países.

Sentí que en ambos países había discusiones profundas que debían ser en algún momento debatidas. El machismo aun penetra fuerte, la igualdad social es un sueño eterno, la corrupción en el Estado un cáncer endémico, la explotación del hombre por el hombre es abrumadora en las ciudades y los campos.

Latinoamérica vive en un campo de batalla social y cultural constante donde todo está vivo y nada se detiene. Las venas abiertas de América Latina están más abiertas que nunca y viajar me permitió verlo con mis propios ojos.

#Chile #Perú